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sábado, 29 de septiembre de 2012

San Cesáreo de Arlés (470-543)


Describe la historia de Francia desde el siglo VI, pero ciñéndonos a lo que nos interesa:

“El hierro y el fuego oprimen a la Babilonia de las Galias que cae en un gran incendio, ahogada en sangre; después la segunda ciudad del reino y otra son también destruidas. Finalmente brilla el resplandor de la misericordia divina, pues la justicia suprema ha golpeado a todos los impíos. Llega el noble exiliado, el dado por Dios, asciende al trono de sus antepasados, del cual la malicia de hombres depravados le había arrojado; recobra la corona de lis refloreciente; con su valor invencible destruye a todos los hijos de Bruto; después de establecer su trono en la ciudad pontifical. Volverá a levantar la tiara real sobre la cabeza de un santo Pontífice que ha estado lleno de amargura por las tribulaciones, quien obligará al clero a vivir según la disciplina de los tiempos apostólicos. Ambos unidos harán triunfar la reforma del mundo; dulce paz, cuyos frutos durarán hasta el fin de los siglos”.

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