Describe la historia de Francia desde el siglo VI, pero ciñéndonos a lo
que nos interesa:
“El hierro y el fuego oprimen a
la Babilonia de las Galias que cae en un gran incendio, ahogada en sangre;
después la segunda ciudad del reino y otra son también destruidas. Finalmente
brilla el resplandor de la misericordia divina, pues la justicia suprema ha
golpeado a todos los impíos. Llega el noble exiliado, el dado por Dios,
asciende al trono de sus antepasados, del cual la malicia de hombres depravados
le había arrojado; recobra la corona de lis refloreciente; con su valor
invencible destruye a todos los hijos de Bruto; después de establecer su trono
en la ciudad pontifical. Volverá a levantar la tiara real sobre la cabeza de un
santo Pontífice que ha estado lleno de amargura por las tribulaciones, quien
obligará al clero a vivir según la disciplina de los tiempos apostólicos. Ambos
unidos harán triunfar la reforma del mundo; dulce paz, cuyos frutos durarán
hasta el fin de los siglos”.
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