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sábado, 29 de septiembre de 2012

Milenarismo


El Apocalipsis (c. 20) anuncia que Satán estará encadenado mil años, tiempo en que los mártires vivirán y reinarán con Cristo.
Aunque desde los primeros siglos del cristianismo estuvo muy presente en la mentalidad de los primeros creyentes la idea del retorno o vuelta del Señor, que muchos llegaron a creer ser inminente, como puede constatarse en las frecuentes referencias de las cartas de San Pedro, San Pablo, Santiago y manifestaciones de los Evangelistas, este dogma de fe quedó muy oscurecido y difuminado durante muchos siglos hasta nuestros días, en que, al golpe de los acontecimientos y calamidades que azotan a la Humanidad, ha vuelto a revalorizarse y animarse, quizá debido a la inminencia de su establecimiento, como lo entendió la primera generación de los tiempos apostólicos.

Porque hasta el siglo IV, tiempos de San Jerónimo y San Agustín, eran muchos los escritores y mártires que presentían un reinado de Nuestro Señor en la tierra, durante un tiempo; de tal manera que San Jerónimo, el primer develador de estas ideas del Milenario nunca se atrevió a condenarlo, porque muchos escritores y santos de los primeros tiempos del cristianismo lo habían defendido y propagado. Así se deduce de la Didaké, la epístola del pseudo Bernabé, San Justino, Tertuliano, San Ireneo, etc.[1]

Son muchos los autores y Santos Padres de los primeros siglos favorables a admitir un reinado del Señor sobre la tierra, aunque algunos no comprendan el modo o manera de realizarse, y así pudieron dar lugar a algunas teorías reprobables.

He aquí algunos testimonios favorables a un reinado social o espiritual del Señor sobre la tierra:
-         La epístola del seudo-Bernabé (Cap. XV, 4-9).
-         La Didakhé (Cap. XVI).
-         Papías, citado por Eusebio (Ecl. III, 39).
-         San Justino (Diálogo con Trifón, Cap. LXXX).
-         San Ireneo (Contra las Herejías, 32-35).
-         Tertuliano (que dice que cree en el Reino, después de la vuelta de Jesús y que ha tratado sobre ello en su libro “De spe fidelium”, hoy perdido.
-         Lactancio (Div. Institut., VII,21)
-         San Ambrosio (“De bono mortis”, 45-47):
-         Sulpicio Severo (Diall, Gallis, 11, 14).
-         San Agustín (Sermón, 259, 2).

Además de los relacionados, podemos añadir otros muchos, entre ellos a San Teófilo, obispo de Antioquia, a San Melitón de Sardes, Policrates obispo de Efeso, al mártir san Victorino, a San Metodio obispo de Olimpia, a San Epifanio, a San Cirilo  de Alejandría, y a otros varios, de tal forma que puede sostenerse que era doctrina común y muy extendida en las comunidades de Oriente, de África y de las Galias en los cuatro primeros siglos del cristianismo hasta la refutación violenta de San Jerónimo, que sin embargo de rebatirla, confiesa que no se atreve a condenarla por reverencia a tantos santos y mártires que la defendieron.

A principios del siglo V decía San Jerónimo “que una gran multitud de doctores católicos  seguía el partido de los Milenarios y que muchos varones eclesiásticos y mártires  también lo defendieron.

San Papías atribuye estas sentencias a la “Tradición Apostólica”. Por otra parte después de San Jerónimo y de San Agustín, que al principio fue milenarista, ha habido exegetas que se han inclinado por un Milenarismo más o menos espiritual como San Beda el Venerable, San Beato de Liébana, San Alberto Magno, Alcuino, Berengario, Nicolás de Lira, Joaquín de Fiore, EL Venerable Holzhauser, el jesuita P. Lacunza con casi todos los exegetas protestantes hasta nuestros días, a los que se pueden añadir multitud de libros, autores y personas que entienden los textos sagrados en sentido propio y literal sin acudir a alegorías, que desvirtúan el sentido obvio, fuera de algún pasaje de excepción.

 Conviene sin embargo aclarar el estado de la cuestión en la actualidad, distinguiendo en primer lugar entre Milenarismo craso que algunos denominan Kiliasmo y el espiritual o Reino de Dios en la tierra por los Sagrados Corazones de Jesús y María, que es el que seguimos en esta líneas.

No existe ningún decreto disciplinar o pontificio que condene éste último. Solamente en 1940 y 1944 la Sagrada Congregación de FIDE en un decreto disciplinar para la América del Sur, dictamina que “no puede enseñarse con seguridad” que Jesucristo reinará corporal o visiblemente en la tierra. Es lógico que un reinado grosero o meramente materialista hoy día no lo admite nadie.

Pero este dogma de fe de la vuelta de Nuestro Señor y su Reino, quedó muy oscurecido y soterrado durante muchos siglos, a partir del IV; ¿por qué razones o motivos? Es muy complejo comprenderlo y explicarlo. En primer lugar porque pasaron los años de la primera centuria, murieron los apóstoles y sus inmediatos sucesores y la llegada del Señor no se verificaba... y sobrevinieron las dudas, las vacilaciones, los razonamientos explicativos. Y a medida que la fe se desvanecía y se disipaba por el choque de las herejías y el empuje de las hordas bárbaras que irrumpían por las fronteras del Imperio romano, la idea de una próxima vuelta del Señor de esfumó, y quedó bloqueada ante la perspectiva de la conversión de los pueblos paganos y la cristianización de las hordas invasoras de los bárbaros.

 Solamente ante la llegada del año mil y los vaticinios de los copistas del Apocalipsis, anunciando calamidades y trastornos en los pueblos, con la invasión de los mahometanos, volvieron a recordar a los pueblos que las calamidades, terremotos, pestes y demás flagelos que azotaron a la humanidad alrededor del primer milenio, podían hacer retoñar la idea del juicio y del fin de los tiempos, según las descripciones presentadas por exegetas deficientemente preparados y una humanidad sumida en la ignorancia.

 Pasaron los terrores del año mil, y la llegada de una nueva civilización neopaganizante con el Renacimiento  y los trastornos de la Revolución francesa, ahogaron de nuevo en las neblinas de la inconsciencia y el pragmatismo racionalista, la expectación del retorno de Nuestro Señor a este mundo, y las verdades transcendentes quedaron ofuscadas y casi desterradas de los pensamientos y comportamiento de muchos que se llamaban cristianos y eran, en realidad, agnósticos en religión y liberales en su comportamiento.

La cuestión de la Parusia sigue siendo la gran cuestión del cristianismo y, por consiguiente, que en sí misma no es cuestión en absoluto: Es un artículo de FE, pero ¿cuántos cristianos lo viven o influye en el comportamiento de su vida?.

Para comprender mejor esta cuestión no debemos olvidar nunca estas palabras del profeta Amos (III, 7) “El Señor Yahvé no hace nada sin revelar sus secretos a sus servidores los profetas”, y en el Cap. IX, 1-7: “El anuncio público de la Justicia de Dios no es ciertamente más que una manifestación de su Amor. La amenaza de castigos divinos es siempre una señal de su Misericordia”

Podemos añadir para comprender los sucesos actuales y la prodigalidad de las manifestaciones del Señor, las palabras verdaderamente resolutivas del Profeta Joel (III, 1-5): “En los últimos tiempos, dice el Señor, sucederá que Yo derramaré mi Espíritu sobre todo ser viviente: Vuestros hijos y vuestras hijas hablarán discursos inspirados, los jóvenes tendrán revelaciones y los ancianos sueños proféticos. En ese día Yo derramaré mi Espíritu también sobre los esclavos y los sirvientes”.

Por esa razón, en estos últimos tiempos, abundan, como nunca, los hechos extraordinarios, sin explicación plausible de la razón, y las múltiples manifestaciones de anuncios de castigos y de la Justicia del Señor en su triunfo final.

Las apariciones de la Milagrosa, en París, Nuestra Señora de la Salette, Lourdes, Fátima, Garabandal etc., son acontecimientos actuales de resonancia universal. Su ignorancia y desestima nos hacen reos de imprudencia y jactancia irracional o petulancia despectiva.
La incredulidad sistemática a toda intervención divina “a priori”, en la historia humana, puede constituir un gran peligro para las almas, sobre todo cuando este comportamiento, irracional para un creyente, proviene de los pastores de ellos. Este es el gran drama de los tiempos actuales. Ante los problemas de la existencia de Dios y de las verdades religiosas, un hombre sabio, si lo es de verdad, lo menos que puede hacer es callarse y reconocer su ignorancia, dice el hombre de ciencia, D. Santiago Grisolía.

Satanás, juega su trama como un gran artista con las apariencias de integrismo y defensa de la Religión, y los excesos de los demasiado crédulos nos avisan del peligro del iluminismo, y nos recuerdan que los Apóstoles y primeros discípulos, llamaron, también, visionarias a las santas mujeres a su vuelta del sepulcro, sin embargo, la prudencia de Pedro y Juan les hizo ir al sepulcro para comprobarlo y cerciorarse de la verdad, con sus propios ojos. Sólo Santo Tomás se mostró recalcitrante. Pero ya sabemos las palabras con que le reconvino el Señor: “Tomás, porque has visto has creído: bienaventurados los que creyeren sin ver”. Y entre esos bienaventurados ojalá nos encontremos tú y yo, para gloria del Señor, santificación de nuestras almas y estímulo de nuestros hermanos.[2]


[1] Alerta Humanidad, Rachel Adams y Alfredo Bonicelli
[2] Estos Últimos Tiempos según notables profecías, Rachel Adams.

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