Parece que el P. Coma estaba describiendo la situación de la España
actual:
Dice que se ha convertido en un pueblo de esclavos y eso es lo que ha
ocurrido con la actual democracia que tanto pregona el que vivimos en un
régimen de libertades. No hay mayor ni peor esclavitud que la del pecado en el aspecto moral y la violación del
Derecho Natural en el plano jurídico, y en la época actual, los españoles han
aceptado mansamente todas las leyes impías que han querido imponernos los gobernantes,
que como fieles siervos del demonio, no buscan otra cosa que el que los
españoles vivan en pecado.
Así con la ley del divorcio con
la que se ha fomentado hasta límites impensables las rupturas de los
matrimonios con la destrucción de las familias y la creación de miles y miles
de pobres personas que, con ese motivo, se encuentran alejados de Dios. Después
con la legalización de los matrimonios homosexuales, se ha intentado dar la puntilla
al matrimonio natural y a la familia.
Y no digamos con la Ley del aborto. La Ley que
convierte un terrible crimen, una espantosa injusticia, en algo legal. La ley
que convierte un delito en un derecho, el colmo de la injusticia y la tiranía
demoníaca. Esta Ley tiene una doble vertiente. En cuanto al legislador, al ser
una Ley impía, perversa y que va contra el Derecho Natural, contra la Ley de
Dios y contra el bien común, -ya que no puede decirse que contribuye al bien
común una ley que legaliza el genocidio de niños indefensos-, esta Ley, es nula
de pleno Derecho y no sólo eso: hace perder la legitimidad que pudiera tener el
poder público que la promulgó convirtiéndolo en tirano.
Es tirano el legislador que promulga una Ley que va contra el derecho
Natural y la Ley de Dios y la ley del aborto no solo convierte en tirano a su
legislador y al poder político que la promulgó, sino que le hace que pierda de
forma automática la legitimidad que tenía y
le deja fuera de la Iglesia al quedar automáticamente excomulgado sin que haya necesidad que la Iglesia se
pronuncie. Por muchos votos que tuviese el gobierno que hizo tal ley, ese
gobierno se convierte en tirano sin que los ciudadanos tengan ninguna
obligación de obedecerle o respetarle en tanto no anule esa ley impía.
Dice nuestro Lope de Vega:
Todo lo que manda el Rey, si va
contra lo que Dios manda, ni tiene rigor de Ley ni es Rey quien así desmanda.
A título personal, los que promueven una ley así, asumen una
responsabilidad tremenda y espanta las cuentas que, en su día, hayan de dar al
Altísimo. Hemos visto al rey de España firmar la ley del aborto sin que se
levantase una voz en el episcopado para amonestarle salvo la del entonces
obispo de Cuenca Guerra Campos. Los complacientes monseñores prefieren que se
condene el Príncipe reinante antes que
indisponerse ellos con el poder constituido.
No es esta la postura de la Iglesia que quiere, ante todo, la salvación
de sus hijos. A esos pastores negligentes
que no cuidan de su rebaño habría que recordarles las duras palabras de
Ezequiel al respecto. Si los pastores no reaccionaron, salvo la excepción
señalada del obispo de Cuenca, si lo hizo la Universidad en su voz más
cualificada: El catedrático de Derecho Canónico de la Universidad Complutense
de Madrid D. Eustaquio Galán y Gutiérrez
dijo:
“El Código de Derecho Canónico
no podía prever que un rey católico sancionase el infanticidio genocida
prenatal. Pero la excomunión automática del canon 1398 le alcanza de plano,
digan lo que digan los de la Conferencia Episcopal, pues nadie procura tan
directamente el aborto como quien por ley lo autoriza.
Se trata en este caso de una
excomunión incesante, una por cada aborto que se produzca, aun cuando la
anterior le hubiese sido levantada, pues como dicha excomunión es automática o
latae sententiae rige el principio canónico de la adición o acumulación
material de las penas (“quot delicta tot poenae”).
El obispo de Cuenca, Guerra Campos, en sus dos durísimas cartas
pastorales, calificó al Rey de “pecador
público”. Hizo de profeta que denuncia el mal. Se repitió la situación que
denunciaba el profeta Jeremías anunciando la destrucción del Templo y de
Jerusalén. En aquella ocasión los sacerdotes y profetas pidieron la muerte de
Jeremías. Solo salió en su defensa Abdemelec, un seglar. Cuando el obispo de
Cuenca reprendió al Rey, toda la clerecía se rasgó las vestiduras y solo un
catedrático de la Universidad salió en su defensa respaldando con su autoridad
y saber lo dicho por el obispo.
Es triste ver como los malos sacerdotes por no amonestar y corregir a
los príncipes ponen a estos en el terrible trance de la perdición de sus almas.
En todas las épocas hemos visto hemos visto reyes comportarse como
tiranos al actuar y legislar contra la Ley de Dios. Ya el Santo Rey David vio a
los reyes desmandar y comportarse como tiranos cuando dice en el Salmo II:
“¿Porqué se han amotinado las naciones, y los pueblos meditaron cosa
vanas?
Se han levantado los reyes de la tierra, y se han reunido los príncipes
contra el Señor y contra su Cristo:
¡Rompamos, dijeron, sus ataduras, y sacudamos lejos de nosotros su
yugo!”..
Se ve que antes de nacer el Señor se oponían a Él, se siguieron
oponiendo mientras sus pies santísimos pisaron la tierra y siguen oponiéndose a
través de los siglos. No soportan sus ataduras ni su yugo aunque unas y otro
sirvan solamente para lograr la felicidad del género humano y hacerlo libre
frente a la esclavitud del pecado y a la tristeza y desesperación que éste
comporta.
En el caso de la España actual al estar el poder del Príncipe repartido
entre éste, los gobiernos, los representantes populares, que constituyen el
poder legislativo y los jueces que componen el poder judicial, la
responsabilidad de las leyes corresponde a todos ellos en la medida en que han
consentido, promovido, aprobado y
aplicado normas de derecho positivo impías.
La actual democracia española, al igual que todas las occidentales,
está basada en la voluntad popular que determina el régimen de las mayorías
parlamentarias. Sabemos que el pueblo es fácilmente manipulable por las oligarquías
que forman los partidos políticos. Sabemos que en las naciones son casi siempre
mayoría los mediocres, los flojos, los egoístas, los incultos, los cobardes,
los sin ideal y con vicios. Por tanto, la verdad, el bien, la justicia, el
derecho y los destinos de una nación no pueden quedar a merced de semejantes
árbitros.
Vemos que la forma de elegir a sus representantes en las democracias
parlamentarias modernas se basa en la manipulación de los ciudadanos a base de
los gigantescos medios de comunicación existentes en la actualidad que intentan
convertir en verdad cualquier tipo de mentira o de falacia muchas veces
repetida hasta el total lavado de cerebro del pueblo.
El árbol se conoce por sus frutos. Los frutos que han dado estas
democracias han sido el divorcio con la consiguiente destrucción de miles de
familias, el aborto con el genocidio de millones de niños, la corrupción
generalizada de la sociedad que ha llegado a extremos tales como equiparar las
uniones homosexuales al matrimonio, la impiedad generalizada, los permanentes
ataques a la Iglesia ,
las terribles desigualdades sociales entre ricos y pobres,- nunca se ha hablado
tanto de igualdad y nunca ha habido clases tan cerradas e impenetrables-. Los
permanentes escándalos financieros en donde se descubren los latrocinios de los
políticos y de los grandes financieros... etc. Estos frutos no son buenos. El
árbol que produce estos frutos es un árbol malo.
La primera exigencia que se ha impuesto a las naciones para que se
considerasen democracias era que aprobasen el divorcio y el aborto. Se ve muy
claramente la mano del demonio cuyos atributos son que es homicida y padre de
la mentira. Se ve que se “han reunido los príncipes de la tierra contra el Señor
y contra su Cristo”, y como no pueden servir a dos señores, han optado por
servir al otro príncipe, al de las tinieblas.
La sangre de los millones de niños asesinados bajo el amparo de leyes
perversas clama a Dios justicia. Los gobiernos que han promulgado esas leyes
han perdido la legitimidad que tuvieran en su origen, aunque fuesen del cien
por cien de los votantes, porque han desviado el mandato recibido del pueblo de
promover el bien común hacia el mal. Se han convertido en tiranos que tienen
por única finalidad enriquecimientos rápidos y fraudulentos a cambio de dar a
su Dios-Baal un sacrificio de sangre de millones de niños inocentes. Se ve
claramente al príncipe al que sirven.
En ningún caso puede admitirse que el crimen de un no nacido promueva el
bien común. Por mucho que quieran alegar los derechos de la madre sobre su
cuerpo, el no nacido es un ser distinto con un derecho básico e inviolable
esencial que es el derecho a la vida.
Hoy que se predican los derechos humanos como bien esencial de los
pueblos llamados “civilizados” de occidente, se admite de forma hipócrita el
crimen prenatal en esos mismos “civilizados” pueblos sin que haya una voz,
salvo la de la Iglesia, que salga en su defensa.
El Papa y los obispos claman inútilmente en defensa de la vida, pero el
auditorio está sordo. Predican en el desierto, pues un desierto moral es ahora
España y las naciones de occidente, donde la degradación moral ha convertido
los corazones de sus habitantes en piedras.
La permanente incitación a realizar toda clase de actos perversos por
parte de los poderes del Estado y de la mayoría de los medios de comunicación
social han dado sus frutos creando un manso y disciplinado rebaño de esclavos.
Mientras, el resto que queda del pueblo fiel, que piensa, se encuentra
desorientado y sin saber qué medidas tomar, pues ya se han encargado los medios
de comunicación social de hacerle ver que la actual situación parlamentaria es
poco menos que dogma de fe y que intentar luchar contra esta alternativa del
diablo, no es políticamente correcto.
Los actuales políticos, manipuladores de la opinión pública, justifican
todos los males actuales diciendo: “sí, pero ahora tenemos democracia y
libertad”. Totalmente falso. No tenemos democracia sino una feroz tiranía y no
tenemos libertad, sino esclavitud ya que no hay mayor esclavitud que la del
pecado en el plano moral y la permanente violación del Derecho Natural en el
plano jurídico, y los gobernantes de las democracias actuales se esfuerzan en
llevar a sus pueblos a las mayores vilezas y degradaciones con la cooperación
de la mayoría de los medios de comunicación. Así conseguirán un pueblo de
esclavos fácilmente manipulable al halagar sus más bajos instintos y todas sus
malas pasiones.
Si las características del demonio son la mentira y el homicidio vemos
con claridad a qué señor sirven los políticos actuales. Siguiendo los dictados
de su amo, los políticos promulgan la Ley del aborto para que así se asesinen
al mayor número posible de niños antes de nacer. Los que sobrevivan al
espantoso genocidio serán educados procurando matarles el alma de todas las formas posibles
incitándoles a la homosexualidad con leyes como la de educación para la
ciudadanía, facilitando al máximo la destrucción de las familias con leyes como
la del divorcio y cuando los seres humanos van llegando al final de sus vidas,
intentando hacerles perder la esperanza incitándoles y favoreciendo a la
eutanasia con el pretexto de una muerte digna, dándose hasta casos de médicos sin
conciencia que, al igual que en los abortos, asesinan al anciano cuando éstos
caen en sus manos.
Se ve con claridad que los políticos actuales, descendientes de los
maniqueos y montanistas con su ascética enemiga de la vida, son los
continuadores en el tiempo de aquellos poderes diabólicos enemigos de la vida
que ofrecían sacrificios humanos degollando niños en honor de su dios-demonio
fenicio Moloch o en el paganismo griego el odio al matrimonio y a la
procreación de los cultos a Afrodita y Baco.[1]
Los políticos que favorecen y
hacen posible estas maldades no sirven
al bien común, son fieles servidores de Satanás en lo moral y tiranos en el
plano jurídico, en cuanto permanentes violadores del Derecho Natural.
El poder del Príncipe debe estar controlado por los representantes del
pueblo, y ambos deben estar supeditados en el desarrollo de sus funciones, al
Derecho Natural y a la Ley de Dios.
Cada vez que los pueblos olvidan estas reglas básicas y mínimas de
convivencia han caído en las mayores atrocidades y aberraciones. La nobleza degenerada
del siglo dieciocho, acabó en las matanzas de la revolución francesa. Las leyes
raciales de Hitler, que condujeron al terrible genocidio del pueblo judío,
terminaron en la guerra más espantosa que ha conocido la historia de la
Humanidad. Y no hay que olvidar que Hitler accedió al poder democráticamente.
¿Alguien dudaría que hubiera sido justo
matar a los tiranos y malvados asesinos
Hitler y Stalin?.
Cabría preguntarse como va a acabar esta generación responsable del
mayor genocidio prenatal de la historia. Lo que no deberían olvidar los
políticos impíos que han hecho posible este genocidio es lo que les ocurrió a
los dirigentes nazis en Nuremberg. Cuando fueron acusados por los jueces
aliados del genocidio que habían
cometido con los judíos, los nazis alegaron que actuaban dentro de las leyes positivas del Derecho alemán. Los
jueces estimaron que por encima de esas leyes estaba el Derecho Natural y los
ahorcaron.
España, la España mayor de San Isidoro, fue el regalo que el Señor hizo
a uno de sus tres más íntimos amigos: Santiago, a los otros dos, San Pedro y
San Juan les dio las otras dos cosas que Él más quería: su Iglesia y su Madre.
Bien sabía el Señor, desde la eternidad, el papel que en la historia de la
salvación habían de tener España y Portugal. Las fronteras del catolicismo en
el mundo son las que fijaron las dos naciones peninsulares.
Hoy habría que recordar lo que el Sagrado Corazón de Jesús le dijo a la
Madre Rafols: “España será siempre
grande si se mantiene firme en la fe que mi apóstol Santiago plantó en ella. La
grandeza y la nobleza de la nación dependerá de la fe y religión católica que
haya en ella. Si dejaran perder la religión quedará destruida”.
López Galuá comentaba ya en 1943 “la escasa reacción operada en
nuestras costumbres sociales y privadas después de la guerra, que fue un
tremendo castigo que la Justicia divina nos impuso... Hay derecho a reclamar
más moderación en el lujo, más afán en la justicia social, menos codicia en los
negocios y más fervor en el cumplimientos de los preceptos divinos”. Esto lo
decía el mismo año de la famosa carta de Sor Lucía de Fátima, amenazando con
que Dios nos volvería a castigar por medio de Rusia, peor que en 1936, si los
obispos no realizaban una reforma “en el clero y en el pueblo y en las órdenes
religiosas”.
Estamos ante una suprema ley histórica. Ley o decreto de la omnipotente
Justicia divina: Si un pueblo elegido da culto y gloria a su Creador,
cumpliendo sus Mandamientos, alcanzará con su ayuda la prosperidad, la
grandeza, los altos destinos soñados por su Padre celestial. De lo contrario,
si prevarica desobedeciéndole, mayor será su castigo, pues “al que más se le da
más se le exigirá” (Luc. 12,48). Ley divina grabada a fuego en la historia
bíblica del pueblo israelita, y aplicada también inexorablemente al desarrollo
de los pueblos católicos, continuación en la historia de Israel. Se podrá creer
o no, pero es así. El mundo se rige conforme a las leyes o designios de su
Creador, no por el sufragio universal ni los resultados electorales de la
mayoría de los seres creados: imaginar esto es el deísmo, el absurdo de
prescindir de nuestro Autor y Señor.
Profunda lección de la Teología de la Historia y su clave para
entenderla. (Esta Providencia de dios aparece también constantemente en los
salmos, la oración oficial de la Iglesia: Salm. 32, 10-17; 107,13; 80,14; 77;
2,10-12...; y Vaticano II, LG. 36; León XIII, Inmortale Dei; Pío XI, Quas
primas, etc.)
La primera lección que deberían aprender todos los políticos y
gobernantes de las naciones católicas: sólo conseguirán su prosperidad
agradando a Dios, y en tanto en cuanto le agraden contarán con su apoyo
todopoderoso. Luego, “si Dios con nosotros, ¿quién se nos podrá oponer? (Rom.
8,31). Es cuestión de fe, de confiar en la paternidad providente del Dios que
nos ha hecho hijos suyos.
Si España vuelve de verdad al buen camino, como está anunciado,
entonces podemos estar ciertos de su insospechada grandeza, y que si fue
desmembrada por su prevaricación religiosa, de nuevo, por su fervor cristiano,
será reconstruida la unidad de quienes, además de una misma lengua, una misma
historia, un marco geográfico continuo e incluso iguales apellidos, tengan un
sólo corazón, profesando y viviendo idéntica fe e ideales religiosos (ni nada
hay que una o desuna tanto como la religión, igual o distinta).
Tampoco es difícil imaginar que una España reunificada, religiosa y
bendecida por Dios pueda ser la primera nación del mundo, no para cultivo de
nuestra vanidad, sino para cumplir nuestra misión evangelizadora, concretada
por el Corazón de Jesús a la Madre Rafols: “Quiero
que mi reinado se propague por todo el mundo, pero en mi querida España ha de
prender con mayor fuerza este fuego divino, y de aquí lo comunicaré por todo el
mundo”.
Lo que hoy parece imposible, no menos lo parecía cuando en julio de
1931, poco después de la proclamación de
la república, de triste memoria, y de la quema de conventos, en El granito de arena, su fundador,
Monseñor González, transcribía la predicción del Corazón de Jesús a un alma
santa:
“Di a los españoles que no teman, que estoy con ellos, que después de
todo esto vendrán días de mucha más gloria para Mí. Que practiquen bien la
infancia espiritual abandonándose en mis brazos. Vendrá un triunfo como no
podéis ni soñarlo”.
Si algo ha de impresionarnos es la predilección e inmensa misericordia
del Corazón de Jesús con nosotros, que se prepara, tras una necesaria
purificación y con una efusión desbordante de sus gracias, a obrar la ferviente
conversión nacional, condición indispensable para recibir la bendición de tan
asombrosas prosperidad y expansión profetizadas.
Ni en los momentos de mayor angustia hemos de perder la confianza en
Dios, que todo nos lo envía para nuestro bien (Rom. 8,28) y todo podemos
superarlo con su gracia (I Cor. 10,13; 15,10).
Por fin, la esperanza de tiempos mejores, de una edad dorada, sea
horizonte luminoso en nuestro fatigoso caminar. Pero tampoco él ha de ser
última esperanza e ilusión de quienes, como meta final, recordada día a día con
nostalgia, aspiramos a la casa del
Padre, bodas y reino que nos están preparados desde el principio de los siglos,
herencia que sería la mayor insensatez perder o descuidar.[2]
Para los cristianos siempre hay esperanza, pero debe saber luchar para
defender el Derecho, la Justicia y la Libertad verdaderas, que es la de los
hijos de Dios.
Si la lucha la plantean los cristianos en el campo de las ideas de los
servidores del demonio, aceptando en esa lucha sus armas y sus argumentos
filosóficos, la derrota la tienen asegurada de antemano. Ellos saben esto y por
ello se esfuerzan en que no exista alternativa a sus ideas y estas pasen siempre por la alternativa demoníaca de
escoger entre un mal menor y un mal peor, pero siempre escoger entre grados del
mal. Esto es lo políticamente correcto. Para ellos, claro.
El cristiano debe plantear la lucha liberándose de tabúes y falsos
dogmas de fe políticos. Para el cristiano no hay más dogmas que los que enseña
nuestra madre la Iglesia y por tanto tiene que plantear la lucha de forma
simple y sencilla: Todo lo que vaya contra las enseñanzas de la Iglesia y del
Derecho Natural, del maligno viene y es repudiable lo diga quien lo diga y lo
apoye el número de votos que lo apoye. Todo lo que vaya contra el Derecho
Natural es tiranía.
El mal, por muchos votos que tenga, siempre será mal y conseguir el
bien del pueblo, que es el mandato que reciben los gobernantes, nunca puede
pasar por hacer el mal. Ni el fin justifica los medios, ni un fin bueno puede
lograrse empleando medios malos. Y un delito tan grave como es asesinar niños
nunca puede convertirse en un derecho.
Por lo tanto, para los cristianos, no es un gobierno legítimo sino
tiránico el gobierno que promueve el mal. Es tiranía legislar permitiendo el
aborto. Es tiranía legislar permitiendo uniones homosexuales. Es tiranía atacar
a la Religión
Católica. Es tiranía robar al pueblo por vía de impuestos
para enriquecer fraudulentamente a los políticos y a sus amigos. Es tiranía
hacer más gastos que ingresos en los presupuestos estatales provocando
inflación, pues la inflación es una recaudación de impuestos injusta, y los
impuestos si no son justos, son tiranía.
Es lícito para el cristiano luchar contra la tiranía. Y no solo es
lícito, es un deber de justicia luchar contra la tiranía y defender a los
oprimidos por la injusticia, defender a los no nacidos incluso contra la
voluntad asesina de sus madres. No hay mayor opresión que la que impide a un
ser humano nacer. Los romanos, para combatir el aborto que despoblaba Roma, crearon
la figura jurídica del curator ventris, el curador, que tenía por misión
proteger al nasciturus, al no nacido. En nuestro derecho, al ser una figura
innecesaria la curatela, se fusionó con la tutela. Hoy día, dada la perversión
de costumbres, es necesario plantear de nuevo la recreación de esta figura
jurídica para proteger la vida de los niños en peligro de ser asesinados por
sus madres.
La Iglesia lo único que pide al cristiano es que el mal que se intente
evitar sea superior al que la lucha del cristiano provoque. Debe sopesar el
cristiano los miles y miles de niños asesinados en España cada año con el
crimen abominable del aborto con las tímidas protestas que hasta ahora ha
realizado por miedo a disgustar al poder y también a los cristianos prudentes
que no quieren obrar fuera de lo que
está considerado como “políticamente correcto”. Habría que recordar a éstos lo
que dice el Señor respecto a los tibios.
Hay que plantear la lucha, como cristianos, venciendo al mal con
sobreabundancia de bien. Ello no obsta a que los cristianos ejerzan su justo
derecho de hacer ver a sus gobernantes, mediante manifestaciones, cartas a la
prensa, etc., de cualquier forma legal, el error en que están y el deber
que tienen de rectificar apoyando así a sus obispos para que éstos se
vean respaldados por sus fieles.
A su vez, los pastores, los obispos, al saberse respaldados por el
pueblo fiel deben hacer oír su voz con energía, sin concesiones al poder y sin
miedo a defender la verdad y la justicia aunque esto no sea lo “políticamente
correcto.”
Hoy, de momento y aparentemente, ya no hay mártires en España como los
hubo en tiempos relativamente recientes. No los hay aparentemente. En la
realidad los hay pues santos inocentes y mártires son los miles de niños
asesinados cada año en el seno de sus madres con la complacencia de los nuevos
herodes, los políticos actuales. Ahora los políticos, con la mayor hipocresía,
se confiesan católicos unos salvo los que abiertamente confiesan su ateismo.
Pero en las actuaciones de todos ellos
se muestran tan sectarios enemigos de la Iglesia, del bien y de la verdad, como
los perseguidores de antaño.
Junto a los perseguidores desenmascarados están los católicos “piadosos
y prudentes”, que tienen como única razón de Estado, no los principios de la
moral católica, sino lo que es “políticamente correcto”, y que dicen que si se
ataca a los malos políticos impíos y sectarios podrían llamarnos
fundamentalistas. Aquí no hay más fundamentalistas que los sectarios del
demonio que intentan imponer sus ideas con el radicalismo y la intransigencia
que les caracteriza y, eso si, consentidos y hasta apoyados por esos católicos
que solo se mueven por lo “políticamente
correcto” y que si la Iglesia se defiende de los ataques injustos se ve acusada
de intransigente y fundamentalista. El mundo al revés: Los perseguidores
acusando a sus víctimas.
Los llamados cristianos que solo actúan dentro de lo políticamente correcto, están bien identificados en el Apocalipsis 13-11: es la bestia de la tierra que hace que la tierra y sus habitantes adoren a la primera bestia, esto es la bestia que ha recibido el poder del dragón que es Satanás y que representa al Anticristo. Todos los poderes diabólicos representados por la primera bestia han de ser aceptados según ordena la segunda bestia o bestia de la tierra y estos son los llamados cristianos complacientes que obligan a aceptar todo lo que ellos consideran políticamente correcto.
Los llamados cristianos que solo actúan dentro de lo políticamente correcto, están bien identificados en el Apocalipsis 13-11: es la bestia de la tierra que hace que la tierra y sus habitantes adoren a la primera bestia, esto es la bestia que ha recibido el poder del dragón que es Satanás y que representa al Anticristo. Todos los poderes diabólicos representados por la primera bestia han de ser aceptados según ordena la segunda bestia o bestia de la tierra y estos son los llamados cristianos complacientes que obligan a aceptar todo lo que ellos consideran políticamente correcto.
Si la finalidad del gobernante
es lograr el bien común, no cabe la menor duda que el Estado ha de estar
íntimamente unido a la Religión si realmente persiguen la felicidad de los
gobernados, ya que no hay mayor felicidad que la vida en gracia de Dios; si
realmente persiguen la verdadera libertad del pueblo, pues la falsa libertad,
el libertinaje, es esa libertad de perdición que esclaviza al hombre; si buscan
la verdadera justicia pues no puede haber justicia sin temor de Dios y la
realidad de la Historia nos muestra que los pueblos que han dado la espalda a
Dios y a sus normas han caído en las mayores degradaciones y envilecimientos y
sus gobernantes al igual que los gobernados no han perseguido en la realidad
otra cosa que un enriquecimiento rápido y vergonzoso como ya denunciaba el jesuita padre Juan de Mariana.
La otra faceta de esta ley es con respecto a los ciudadanos hacia los
que va encaminada. No buscan su bien pues un genocidio de niños nunca puede ser
un bien, buscan esclavizar a través del pecado al mayor número posible de
personas y no solo esclavizarlas haciéndolas caer en este horrible drama sino
sacarlas de la Iglesia, pues el aborto lleva implícita la excomunión para quien lo practica, lo facilita o lo
autoriza por ley.
Pero por muchas maldades que fragüen los políticos, los cristianos
tienen asegurada la victoria si saben como defenderse y defender la sociedad
actual: utilizando el arma infalible de la oración. El ataque del cristiano
debe ser rezando por los políticos, pidiendo a Dios su conversión. El político,
por muy malvado que sea, un Hitler o un Stalin, es un hijo queridísimo de Dios
y por tanto un hermano nuestro y es, por tanto, la obligación de todos los
cristianos rezar por la conversión de los pecadores.
Los obispos, como pastores del pueblo cristiano, deben promover en
todas sus diócesis oraciones públicas y privadas y toda clase de actos entre
sus fieles en donde se promueva la oración por los políticos implorando al Cielo que les envíe gracias
abundantes para su conversión y la salvación de sus almas.
......................................
Ahora volveremos al relato de nuestra historia, en la que veíamos las
señales de identidad del futuro gran Monarca que esperamos, y veremos en primer
lugar lo que nos dice San Cesáreo de Arlés.
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