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sábado, 29 de septiembre de 2012

España en la actualidad


Parece que el P. Coma estaba describiendo la situación de la España actual:
Dice que se ha convertido en un pueblo de esclavos y eso es lo que ha ocurrido con la actual democracia que tanto pregona el que vivimos en un régimen de libertades. No hay mayor ni peor esclavitud que la del pecado  en el aspecto moral y la violación del Derecho Natural en el plano jurídico, y en la época actual, los españoles han aceptado mansamente todas las leyes impías que han querido imponernos los gobernantes, que como fieles siervos del demonio, no buscan otra cosa que el que los españoles vivan en pecado.
 Así con la ley del divorcio con la que se ha fomentado hasta límites impensables las rupturas de los matrimonios con la destrucción de las familias y la creación de miles y miles de pobres personas que, con ese motivo, se encuentran alejados de Dios. Después con la legalización de los matrimonios homosexuales, se ha intentado dar la puntilla al matrimonio natural y a la familia.
  Y no digamos con la Ley del aborto. La Ley que convierte un terrible crimen, una espantosa injusticia, en algo legal. La ley que convierte un delito en un derecho, el colmo de la injusticia y la tiranía demoníaca. Esta Ley tiene una doble vertiente. En cuanto al legislador, al ser una Ley impía, perversa y que va contra el Derecho Natural, contra la Ley de Dios y contra el bien común, -ya que no puede decirse que contribuye al bien común una ley que legaliza el genocidio de niños indefensos-, esta Ley, es nula de pleno Derecho y no sólo eso: hace perder la legitimidad que pudiera tener el poder público que la promulgó convirtiéndolo en tirano.

Es tirano el legislador que promulga una Ley que va contra el derecho Natural y la Ley de Dios y la ley del aborto no solo convierte en tirano a su legislador y al poder político que la promulgó, sino que le hace que pierda de forma automática la legitimidad que tenía y  le deja fuera de la Iglesia al quedar automáticamente excomulgado  sin que haya necesidad que la Iglesia se pronuncie. Por muchos votos que tuviese el gobierno que hizo tal ley, ese gobierno se convierte en tirano sin que los ciudadanos tengan ninguna obligación de obedecerle o respetarle en tanto no anule esa ley impía.

Dice nuestro Lope de Vega:

Todo lo que manda el Rey, si va contra lo que Dios manda, ni tiene rigor de Ley ni es Rey quien así desmanda.

A título personal, los que promueven una ley así, asumen una responsabilidad tremenda y espanta las cuentas que, en su día, hayan de dar al Altísimo. Hemos visto al rey de España firmar la ley del aborto sin que se levantase una voz en el episcopado para amonestarle salvo la del entonces obispo de Cuenca Guerra Campos. Los complacientes monseñores prefieren que se condene  el Príncipe reinante antes que indisponerse ellos con el poder constituido.

No es esta la postura de la Iglesia que quiere, ante todo, la salvación de sus hijos. A esos pastores negligentes  que no cuidan de su rebaño habría que recordarles las duras palabras de Ezequiel al respecto. Si los pastores no reaccionaron, salvo la excepción señalada del obispo de Cuenca, si lo hizo la Universidad en su voz más cualificada: El catedrático de Derecho Canónico de la Universidad Complutense de Madrid D. Eustaquio Galán  y Gutiérrez dijo:

“El Código de Derecho Canónico no podía prever que un rey católico sancionase el infanticidio genocida prenatal. Pero la excomunión automática del canon 1398 le alcanza de plano, digan lo que digan los de la Conferencia Episcopal, pues nadie procura tan directamente el aborto como quien por ley lo autoriza.
Se trata en este caso de una excomunión incesante, una por cada aborto que se produzca, aun cuando la anterior le hubiese sido levantada, pues como dicha excomunión es automática o latae sententiae rige el principio canónico de la adición o acumulación material de las penas (“quot delicta tot poenae”).

El obispo de Cuenca, Guerra Campos, en sus dos durísimas cartas pastorales, calificó al Rey de “pecador público”. Hizo de profeta que denuncia el mal. Se repitió la situación que denunciaba el profeta Jeremías anunciando la destrucción del Templo y de Jerusalén. En aquella ocasión los sacerdotes y profetas pidieron la muerte de Jeremías. Solo salió en su defensa Abdemelec, un seglar. Cuando el obispo de Cuenca reprendió al Rey, toda la clerecía se rasgó las vestiduras y solo un catedrático de la Universidad salió en su defensa respaldando con su autoridad y saber lo dicho por el obispo.

Es triste ver como los malos sacerdotes por no amonestar y corregir a los príncipes ponen a estos en el terrible trance de la perdición de sus almas.

En todas las épocas hemos visto hemos visto reyes comportarse como tiranos al actuar y legislar contra la Ley de Dios. Ya el Santo Rey David vio a los reyes desmandar y comportarse como tiranos cuando dice en el Salmo II:

“¿Porqué se han amotinado las naciones, y los pueblos meditaron cosa vanas?
Se han levantado los reyes de la tierra, y se han reunido los príncipes contra el Señor y contra su Cristo:
¡Rompamos, dijeron, sus ataduras, y sacudamos lejos de nosotros su yugo!”..

Se ve que antes de nacer el Señor se oponían a Él, se siguieron oponiendo mientras sus pies santísimos pisaron la tierra y siguen oponiéndose a través de los siglos. No soportan sus ataduras ni su yugo aunque unas y otro sirvan solamente para lograr la felicidad del género humano y hacerlo libre frente a la esclavitud del pecado y a la tristeza y desesperación que éste comporta.

En el caso de la España actual al estar el poder del Príncipe repartido entre éste, los gobiernos, los representantes populares, que constituyen el poder legislativo y los jueces que componen el poder judicial, la responsabilidad de las leyes corresponde a todos ellos en la medida en que han consentido, promovido,  aprobado y aplicado normas de derecho positivo impías.

La actual democracia española, al igual que todas las occidentales, está basada en la voluntad popular que determina el régimen de las mayorías parlamentarias. Sabemos que el pueblo es fácilmente manipulable por las oligarquías que forman los partidos políticos. Sabemos que en las naciones son casi siempre mayoría los mediocres, los flojos, los egoístas, los incultos, los cobardes, los sin ideal y con vicios. Por tanto, la verdad, el bien, la justicia, el derecho y los destinos de una nación no pueden quedar a merced de semejantes árbitros.

Vemos que la forma de elegir a sus representantes en las democracias parlamentarias modernas se basa en la manipulación de los ciudadanos a base de los gigantescos medios de comunicación existentes en la actualidad que intentan convertir en verdad cualquier tipo de mentira o de falacia muchas veces repetida hasta el total lavado de cerebro del pueblo.

El árbol se conoce por sus frutos. Los frutos que han dado estas democracias han sido el divorcio con la consiguiente destrucción de miles de familias, el aborto con el genocidio de millones de niños, la corrupción generalizada de la sociedad que ha llegado a extremos tales como equiparar las uniones homosexuales al matrimonio, la impiedad generalizada, los permanentes ataques a la Iglesia, las terribles desigualdades sociales entre ricos y pobres,- nunca se ha hablado tanto de igualdad y nunca ha habido clases tan cerradas e impenetrables-. Los permanentes escándalos financieros en donde se descubren los latrocinios de los políticos y de los grandes financieros... etc. Estos frutos no son buenos. El árbol que produce estos frutos es un árbol malo.

La primera exigencia que se ha impuesto a las naciones para que se considerasen democracias era que aprobasen el divorcio y el aborto. Se ve muy claramente la mano del demonio cuyos atributos son que es homicida y padre de la mentira. Se ve que se “han reunido los príncipes de la tierra contra el Señor y contra su Cristo”, y como no pueden servir a dos señores, han optado por servir al otro príncipe, al de las tinieblas.

La sangre de los millones de niños asesinados bajo el amparo de leyes perversas clama a Dios justicia. Los gobiernos que han promulgado esas leyes han perdido la legitimidad que tuvieran en su origen, aunque fuesen del cien por cien de los votantes, porque han desviado el mandato recibido del pueblo de promover el bien común hacia el mal. Se han convertido en tiranos que tienen por única finalidad enriquecimientos rápidos y fraudulentos a cambio de dar a su Dios-Baal un sacrificio de sangre de millones de niños inocentes. Se ve claramente al príncipe al que sirven.

En ningún caso puede admitirse que el crimen de un no nacido promueva el bien común. Por mucho que quieran alegar los derechos de la madre sobre su cuerpo, el no nacido es un ser distinto con un derecho básico e inviolable esencial que es el derecho a la vida.

Hoy que se predican los derechos humanos como bien esencial de los pueblos llamados “civilizados” de occidente, se admite de forma hipócrita el crimen prenatal en esos mismos “civilizados” pueblos sin que haya una voz, salvo la de la Iglesia, que salga en su defensa.

El Papa y los obispos claman inútilmente en defensa de la vida, pero el auditorio está sordo. Predican en el desierto, pues un desierto moral es ahora España y las naciones de occidente, donde la degradación moral ha convertido los corazones de sus habitantes en piedras.

La permanente incitación a realizar toda clase de actos perversos por parte de los poderes del Estado y de la mayoría de los medios de comunicación social han dado sus frutos creando un manso y disciplinado rebaño de esclavos. Mientras, el resto que queda del pueblo fiel, que piensa, se encuentra desorientado y sin saber qué medidas tomar, pues ya se han encargado los medios de comunicación social de hacerle ver que la actual situación parlamentaria es poco menos que dogma de fe y que intentar luchar contra esta alternativa del diablo, no es políticamente correcto.

Los actuales políticos, manipuladores de la opinión pública, justifican todos los males actuales diciendo: “sí, pero ahora tenemos democracia y libertad”. Totalmente falso. No tenemos democracia sino una feroz tiranía y no tenemos libertad, sino esclavitud ya que no hay mayor esclavitud que la del pecado en el plano moral y la permanente violación del Derecho Natural en el plano jurídico, y los gobernantes de las democracias actuales se esfuerzan en llevar a sus pueblos a las mayores vilezas y degradaciones con la cooperación de la mayoría de los medios de comunicación. Así conseguirán un pueblo de esclavos fácilmente manipulable al halagar sus más bajos instintos y todas sus malas pasiones.

Si las características del demonio son la mentira y el homicidio vemos con claridad a qué señor sirven los políticos actuales. Siguiendo los dictados de su amo, los políticos promulgan la Ley del aborto para que así se asesinen al mayor número posible de niños antes de nacer. Los que sobrevivan al espantoso genocidio serán educados procurando matarles el  alma de todas las formas posibles incitándoles a la homosexualidad con leyes como la de educación para la ciudadanía, facilitando al máximo la destrucción de las familias con leyes como la del divorcio y cuando los seres humanos van llegando al final de sus vidas, intentando hacerles perder la esperanza incitándoles y favoreciendo a la eutanasia con el pretexto de una muerte digna, dándose hasta casos de médicos sin conciencia que, al igual que en los abortos, asesinan al anciano cuando éstos caen en sus manos.

Se ve con claridad que los políticos actuales, descendientes de los maniqueos y montanistas con su ascética enemiga de la vida, son los continuadores en el tiempo de aquellos poderes diabólicos enemigos de la vida que ofrecían sacrificios humanos degollando niños en honor de su dios-demonio fenicio Moloch o en el paganismo griego el odio al matrimonio y a la procreación de los cultos a Afrodita y Baco.[1]

 Los políticos que favorecen y hacen posible estas maldades  no sirven al bien común, son fieles servidores de Satanás en lo moral y tiranos en el plano jurídico, en cuanto permanentes violadores del Derecho Natural.

El poder del Príncipe debe estar controlado por los representantes del pueblo, y ambos deben estar supeditados en el desarrollo de sus funciones, al Derecho Natural y a la Ley de Dios.

Cada vez que los pueblos olvidan estas reglas básicas y mínimas de convivencia han caído en las mayores atrocidades y aberraciones. La nobleza degenerada del siglo dieciocho, acabó en las matanzas de la revolución francesa. Las leyes raciales de Hitler, que condujeron al terrible genocidio del pueblo judío, terminaron en la guerra más espantosa que ha conocido la historia de la Humanidad. Y no hay que olvidar que Hitler accedió al poder democráticamente. ¿Alguien dudaría que  hubiera sido justo matar a los tiranos  y malvados asesinos Hitler y Stalin?.

Cabría preguntarse como va a acabar esta generación responsable del mayor genocidio prenatal de la historia. Lo que no deberían olvidar los políticos impíos que han hecho posible este genocidio es lo que les ocurrió a los dirigentes nazis en Nuremberg. Cuando fueron acusados por los jueces aliados del  genocidio que habían cometido con los judíos, los nazis alegaron que actuaban dentro de las leyes positivas del Derecho alemán. Los jueces estimaron que por encima de esas leyes estaba el Derecho Natural  y los ahorcaron.

España, la España mayor de San Isidoro, fue el regalo que el Señor hizo a uno de sus tres más íntimos amigos: Santiago, a los otros dos, San Pedro y San Juan les dio las otras dos cosas que Él más quería: su Iglesia y su Madre. Bien sabía el Señor, desde la eternidad, el papel que en la historia de la salvación habían de tener España y Portugal. Las fronteras del catolicismo en el mundo son las que fijaron las dos naciones peninsulares.

Hoy habría que recordar lo que el Sagrado Corazón de Jesús le dijo a la Madre Rafols: “España  será siempre grande si se mantiene firme en la fe que mi apóstol Santiago plantó en ella. La grandeza y la nobleza de la nación dependerá de la fe y religión católica que haya en ella. Si dejaran perder la religión quedará destruida”.

López Galuá comentaba ya en 1943 “la escasa reacción operada en nuestras costumbres sociales y privadas después de la guerra, que fue un tremendo castigo que la Justicia divina nos impuso... Hay derecho a reclamar más moderación en el lujo, más afán en la justicia social, menos codicia en los negocios y más fervor en el cumplimientos de los preceptos divinos”. Esto lo decía el mismo año de la famosa carta de Sor Lucía de Fátima, amenazando con que Dios nos volvería a castigar por medio de Rusia, peor que en 1936, si los obispos no realizaban una reforma “en el clero y en el pueblo y en las órdenes religiosas”.

Estamos ante una suprema ley histórica. Ley o decreto de la omnipotente Justicia divina: Si un pueblo elegido da culto y gloria a su Creador, cumpliendo sus Mandamientos, alcanzará con su ayuda la prosperidad, la grandeza, los altos destinos soñados por su Padre celestial. De lo contrario, si prevarica desobedeciéndole, mayor será su castigo, pues “al que más se le da más se le exigirá” (Luc. 12,48). Ley divina grabada a fuego en la historia bíblica del pueblo israelita, y aplicada también inexorablemente al desarrollo de los pueblos católicos, continuación en la historia de Israel. Se podrá creer o no, pero es así. El mundo se rige conforme a las leyes o designios de su Creador, no por el sufragio universal ni los resultados electorales de la mayoría de los seres creados: imaginar esto es el deísmo, el absurdo de prescindir de nuestro Autor y Señor.

Profunda lección de la Teología de la Historia y su clave para entenderla. (Esta Providencia de dios aparece también constantemente en los salmos, la oración oficial de la Iglesia: Salm. 32, 10-17; 107,13; 80,14; 77; 2,10-12...; y Vaticano II, LG. 36; León XIII, Inmortale Dei; Pío XI, Quas primas, etc.)

La primera lección que deberían aprender todos los políticos y gobernantes de las naciones católicas: sólo conseguirán su prosperidad agradando a Dios, y en tanto en cuanto le agraden contarán con su apoyo todopoderoso. Luego, “si Dios con nosotros, ¿quién se nos podrá oponer? (Rom. 8,31). Es cuestión de fe, de confiar en la paternidad providente del Dios que nos ha hecho hijos suyos.

Si España vuelve de verdad al buen camino, como está anunciado, entonces podemos estar ciertos de su insospechada grandeza, y que si fue desmembrada por su prevaricación religiosa, de nuevo, por su fervor cristiano, será reconstruida la unidad de quienes, además de una misma lengua, una misma historia, un marco geográfico continuo e incluso iguales apellidos, tengan un sólo corazón, profesando y viviendo idéntica fe e ideales religiosos (ni nada hay que una o desuna tanto como la religión, igual o distinta).

Tampoco es difícil imaginar que una España reunificada, religiosa y bendecida por Dios pueda ser la primera nación del mundo, no para cultivo de nuestra vanidad, sino para cumplir nuestra misión evangelizadora, concretada por el Corazón de Jesús a la Madre Rafols: “Quiero que mi reinado se propague por todo el mundo, pero en mi querida España ha de prender con mayor fuerza este fuego divino, y de aquí lo comunicaré por todo el mundo”.

Lo que hoy parece imposible, no menos lo parecía cuando en julio de 1931, poco después de la  proclamación de la república, de triste memoria, y de la quema de conventos, en El granito de arena, su fundador, Monseñor González, transcribía la predicción del Corazón de Jesús a un alma santa:

 “Di a los españoles que no teman, que estoy con ellos, que después de todo esto vendrán días de mucha más gloria para Mí. Que practiquen bien la infancia espiritual abandonándose en mis brazos. Vendrá un triunfo como no podéis ni soñarlo”.

Si algo ha de impresionarnos es la predilección e inmensa misericordia del Corazón de Jesús con nosotros, que se prepara, tras una necesaria purificación y con una efusión desbordante de sus gracias, a obrar la ferviente conversión nacional, condición indispensable para recibir la bendición de tan asombrosas prosperidad y expansión profetizadas.

Ni en los momentos de mayor angustia hemos de perder la confianza en Dios, que todo nos lo envía para nuestro bien (Rom. 8,28) y todo podemos superarlo con su gracia (I Cor. 10,13; 15,10).

Por fin, la esperanza de tiempos mejores, de una edad dorada, sea horizonte luminoso en nuestro fatigoso caminar. Pero tampoco él ha de ser última esperanza e ilusión de quienes, como meta final, recordada día a día con nostalgia, aspiramos  a la casa del Padre, bodas y reino que nos están preparados desde el principio de los siglos, herencia que sería la mayor insensatez perder o descuidar.[2]

Para los cristianos siempre hay esperanza, pero debe saber luchar para defender el Derecho, la Justicia y la Libertad verdaderas, que es la de los hijos de Dios.

Si la lucha la plantean los cristianos en el campo de las ideas de los servidores del demonio, aceptando en esa lucha sus armas y sus argumentos filosóficos, la derrota la tienen asegurada de antemano. Ellos saben esto y por ello se esfuerzan en que no exista alternativa a sus ideas y estas  pasen siempre por la alternativa demoníaca de escoger entre un mal menor y un mal peor, pero siempre escoger entre grados del mal. Esto es lo políticamente correcto. Para ellos, claro.

El cristiano debe plantear la lucha liberándose de tabúes y falsos dogmas de fe políticos. Para el cristiano no hay más dogmas que los que enseña nuestra madre la Iglesia y por tanto tiene que plantear la lucha de forma simple y sencilla: Todo lo que vaya contra las enseñanzas de la Iglesia y del Derecho Natural, del maligno viene y es repudiable lo diga quien lo diga y lo apoye el número de votos que lo apoye. Todo lo que vaya contra el Derecho Natural es tiranía.

El mal, por muchos votos que tenga, siempre será mal y conseguir el bien del pueblo, que es el mandato que reciben los gobernantes, nunca puede pasar por hacer el mal. Ni el fin justifica los medios, ni un fin bueno puede lograrse empleando medios malos. Y un delito tan grave como es asesinar niños nunca puede convertirse en un derecho.

Por lo tanto, para los cristianos, no es un gobierno legítimo sino tiránico el gobierno que promueve el mal. Es tiranía legislar permitiendo el aborto. Es tiranía legislar permitiendo uniones homosexuales. Es tiranía atacar a la Religión Católica. Es tiranía robar al pueblo por vía de impuestos para enriquecer fraudulentamente a los políticos y a sus amigos. Es tiranía hacer más gastos que ingresos en los presupuestos estatales provocando inflación, pues la inflación es una recaudación de impuestos injusta, y los impuestos si no son justos, son tiranía.

Es lícito para el cristiano luchar contra la tiranía. Y no solo es lícito, es un deber de justicia luchar contra la tiranía y defender a los oprimidos por la injusticia, defender a los no nacidos incluso contra la voluntad asesina de sus madres. No hay mayor opresión que la que impide a un ser humano nacer. Los romanos, para combatir el aborto que despoblaba Roma, crearon la figura jurídica del curator ventris, el curador, que tenía por misión proteger al nasciturus, al no nacido. En nuestro derecho, al ser una figura innecesaria la curatela, se fusionó con la tutela. Hoy día, dada la perversión de costumbres, es necesario plantear de nuevo la recreación de esta figura jurídica para proteger la vida de los niños en peligro de ser asesinados por sus madres.

La Iglesia lo único que pide al cristiano es que el mal que se intente evitar sea superior al que la lucha del cristiano provoque. Debe sopesar el cristiano los miles y miles de niños asesinados en España cada año con el crimen abominable del aborto con las tímidas protestas que hasta ahora ha realizado por miedo a disgustar al poder y también a los cristianos prudentes que no quieren obrar  fuera de lo que está considerado como “políticamente correcto”. Habría que recordar a éstos lo que dice el Señor respecto a los tibios.

Hay que plantear la lucha, como cristianos, venciendo al mal con sobreabundancia de bien. Ello no obsta a que los cristianos ejerzan su justo derecho de hacer ver a sus gobernantes, mediante manifestaciones, cartas a la prensa, etc., de cualquier forma legal, el error en que están  y el deber  que tienen de rectificar apoyando así a sus obispos para que éstos se vean respaldados por sus fieles.

A su vez, los pastores, los obispos, al saberse respaldados por el pueblo fiel deben hacer oír su voz con energía, sin concesiones al poder y sin miedo a defender la verdad y la justicia aunque esto no sea lo “políticamente correcto.”

Hoy, de momento y aparentemente, ya no hay mártires en España como los hubo en tiempos relativamente recientes. No los hay aparentemente. En la realidad los hay pues santos inocentes y mártires son los miles de niños asesinados cada año en el seno de sus madres con la complacencia de los nuevos herodes, los políticos actuales. Ahora los políticos, con la mayor hipocresía, se confiesan católicos unos salvo los que abiertamente confiesan su ateismo. Pero en las  actuaciones de todos ellos se muestran tan sectarios enemigos de la Iglesia, del bien y de la verdad, como los perseguidores de antaño.

Junto a los perseguidores desenmascarados están los católicos “piadosos y prudentes”, que tienen como única razón de Estado, no los principios de la moral católica, sino lo que es “políticamente correcto”, y que dicen que si se ataca a los malos políticos impíos y sectarios podrían llamarnos fundamentalistas. Aquí no hay más fundamentalistas que los sectarios del demonio que intentan imponer sus ideas con el radicalismo y la intransigencia que les caracteriza y, eso si, consentidos y hasta apoyados por esos católicos que solo se mueven  por lo “políticamente correcto” y que si la Iglesia se defiende de los ataques injustos se ve acusada de intransigente y fundamentalista. El mundo al revés: Los perseguidores acusando a sus víctimas.

Los llamados cristianos que solo actúan dentro de lo políticamente correcto, están bien identificados en el Apocalipsis 13-11: es la bestia de la tierra que hace que la tierra y sus habitantes adoren a la primera bestia, esto es la bestia que ha recibido el poder del dragón que es Satanás y que representa al Anticristo. Todos los poderes diabólicos representados por la primera bestia han de ser aceptados según ordena la segunda bestia o bestia de la tierra y estos son los llamados cristianos complacientes que obligan a aceptar todo lo que ellos consideran políticamente correcto.
  
 Si la finalidad del gobernante es lograr el bien común, no cabe la menor duda que el Estado ha de estar íntimamente unido a la Religión si realmente persiguen la felicidad de los gobernados, ya que no hay mayor felicidad que la vida en gracia de Dios; si realmente persiguen la verdadera libertad del pueblo, pues la falsa libertad, el libertinaje, es esa libertad de perdición que esclaviza al hombre; si buscan la verdadera justicia pues no puede haber justicia sin temor de Dios y la realidad de la Historia nos muestra que los pueblos que han dado la espalda a Dios y a sus normas han caído en las mayores degradaciones y envilecimientos y sus gobernantes al igual que los gobernados no han perseguido en la realidad otra cosa que un enriquecimiento rápido y vergonzoso como ya denunciaba  el jesuita padre Juan de Mariana.

La otra faceta de esta ley es con respecto a los ciudadanos hacia los que va encaminada. No buscan su bien pues un genocidio de niños nunca puede ser un bien, buscan esclavizar a través del pecado al mayor número posible de personas y no solo esclavizarlas haciéndolas caer en este horrible drama sino sacarlas de la Iglesia, pues el aborto lleva implícita la excomunión  para quien lo practica, lo facilita o lo autoriza por ley.

Pero por muchas maldades que fragüen los políticos, los cristianos tienen asegurada la victoria si saben como defenderse y defender la sociedad actual: utilizando el arma infalible de la oración. El ataque del cristiano debe ser rezando por los políticos, pidiendo a Dios su conversión. El político, por muy malvado que sea, un Hitler o un Stalin, es un hijo queridísimo de Dios y por tanto un hermano nuestro y es, por tanto, la obligación de todos los cristianos rezar por la conversión de los pecadores.
Los obispos, como pastores del pueblo cristiano, deben promover en todas sus diócesis oraciones públicas y privadas y toda clase de actos entre sus fieles en donde se promueva la oración por los políticos  implorando al Cielo que les envíe gracias abundantes para su conversión y la salvación de sus almas.


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Ahora volveremos al relato de nuestra historia, en la que veíamos las señales de identidad del futuro gran Monarca que esperamos, y veremos en primer lugar lo que nos dice San Cesáreo de Arlés.




[1] San Pablo Heraldo de Cristo de Josef Holzner
[2] El tiempo que se aproxima por José Luis Urrutia S.J.

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