El tema de la Parusía es el más trascendental e importante de toda la
Sagrada Escritura. A través de toda la
Revelación, Dios ha ido anunciando y preparando dos acontecimientos
fundamentales para la historia de la salvación: La Parusía del Señor y el
advenimiento del Reino de Cristo en la tierra. En el Antiguo Testamento, las
dos venidas del Mesías estaban profetizadas conjuntamente, de manera que por
momentos no se distinguía la primera de
la segunda. Por su parte, en el Nuevo Testamento se anuncia repetidamente la
vuelta del Mesías en Poder y Majestad, como Rey y Juez. A este acontecimiento
se le conoce como Parusía, que en griego significa “presencia” o
“manifestación”, y es el tema esencial del Apocalipsis.
Cuando se habla de la Parusía de ordinario se entiende sin más que nos
estamos refiriendo a la segunda venida de Cristo, acontecimiento que como tal
es dogma de fe; pero a la Parusía hay que dar una connotación más amplia,
puesto que no se reduce a un único acontecimiento histórico en el que
Jesucristo regresa en medio de las nubes para juzgar a los hombres y dar a cada
quien lo suyo e iniciar la vida eterna en el Cielo, sino que la Parusía abarca
todo un largo tiempo en el que se inaugura a plenitud el cumplimiento del plan
de Dios para con el género humano, primero en su etapa dentro de la historia,
con el Reino de Cristo en la tierra, que
va a culminar cuando “Cristo entregue su
Reino al Padre, una vez habiendo sometido a sus pies a todos sus enemigos”,
(I Cor. 15,23) inaugurando entonces la etapa más allá de la historia con la
prolongación del Reino de Cristo en el
Cielo y que no tendrá fin.
Entre otros grandes bienes, la Parusía de Cristo traerá principalmente
el establecimiento de su Reino en la tierra plenitud.
Dice el Apocalipsis al toque de la séptima trompeta:
“El reinado en este mundo
es ya de nuestro Señor y de
su Cristo,
que reinará por los siglos
de los siglos”.
En efecto, el Apocalipsis habla del comienzo del Reino de Cristo
inmediatamente después de que el Señor ha manifestado su ira contra las
naciones. Dice así:
“Te damos gracias,
Señor Dios Omnipotente,
El que es y el que era
Porque has ejercido tu
inmenso poder
y has comenzado a reinar”
Más adelante encontramos el cántico de los salvados y que están sobre
el mar de cristal llevando la cítara de Dios, y cantando el cántico de Moisés y
el cántico del cordero diciendo:
“¡Grandes y admirables son
tus obras,
Señor, Dios Omnipotente!
¡Justos y verdaderos tus
caminos,
Rey de las naciones!
Múltiples y frecuentes son las citas de la Sagrada Escritura que
anuncian y confirman el Reino de Cristo en la tierra. Un reino universal sobre
todos y sobre todo.
En efecto de la revelación cristiana se deja claramente asentado que
Jesús es por derecho Rey de todo, Rey Universal, Hijo de Dios con poderío a
partir de la resurrección (Rom. 1,1); pero en toda la historia de esta era
cristiana en que vivimos ha quedado demostrado que Él no ha sido, ni mucho
menos, el Rey universal de hecho… es decir, Jesucristo, señor Dios nuestro, no
ha tenido hasta hoy el ejercicio pleno, satisfactorio, incontrastable de poder
soberano que anuncian tantas profecías.
Pero a pesar de todo, los designios son inexorables y tienen fiel
cumplimiento. Por tanto, tienen que venir necesariamente los tiempos en que
Jesucristo, el ungido del Padre, sea de verdad, indiscutiblemente, el Señor y
Rey de todos y de todo, aquí en esta tierra, antes de que este mundo sea
consumado.
Y así le respondió el propio Jesús al Procurador romano a su pregunta
de si él era rey: “Tú lo has dicho, Yo
soy Rey, para esto nací y para esto he venido al mundo” (Juan 18,37).
Pues precisamente es en la Parusía donde
se destaca el escenario histórico donde Cristo se convertirá en el único Señor
de Cielos y tierra, completándose así entonces la petición al Padre que el
mismo Cristo nos enseñara: “…venga a
nosotros Tu Reino”
Es en el prefacio de la misa de Cristo Rey donde canta la Iglesia lo
siguiente:
“En verdad es justo, equitativo y saludable…
Señor Santo, Omnipotente y Eterno, que ungiste con el óleo de la alegría a tu
Hijo Jesucristo como Sacerdote Eterno y Rey de todos… y una vez sometidas a Su imperio todas las cosas, entregase a Tu
inmensa majestad un reino eterno y universal…”
Así pues, la fe de la Iglesia canta que Jesucristo es Rey de todos; no
de muchos o de algunos sino de todos. De
hecho y de derecho, y este cumplimiento absoluto se dará en la Parusía. Se
cumplirá así admirablemente el texto de San Pablo a los efesios: “Dios ha querido ahora darnos a conocer
el misterio de su voluntad… lo que Él se propuso en un principio para
realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo, lo de los cielos y lo
de la tierra, quede restaurado en Cristo, bajo su jerarquía soberana”(1,9-10). Así
pues, este Reino de Dios en la tierra coincidirá con la Parusía de Cristo de
poder y de gracia en la que será servido, adorado y glorificado como único Señor
de Cielos y tierra, porque como dice San Pablo “El debe reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies” (I
Cor. 15,24)
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