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sábado, 29 de septiembre de 2012

La Parusía. El Reino de Cristo, primero en la tierra, luego en el Cielo


El tema de la Parusía es el más trascendental e importante de toda la Sagrada Escritura. A  través de toda la Revelación, Dios ha ido anunciando y preparando dos acontecimientos fundamentales para la historia de la salvación: La Parusía del Señor y el advenimiento del Reino de Cristo en la tierra. En el Antiguo Testamento, las dos venidas del Mesías estaban profetizadas conjuntamente, de manera que por momentos no  se distinguía la primera de la segunda. Por su parte, en el Nuevo Testamento se anuncia repetidamente la vuelta del Mesías en Poder y Majestad, como Rey y Juez. A este acontecimiento se le conoce como Parusía, que en griego significa “presencia” o “manifestación”, y es el tema esencial del Apocalipsis.

Cuando se habla de la Parusía de ordinario se entiende sin más que nos estamos refiriendo a la segunda venida de Cristo, acontecimiento que como tal es dogma de fe; pero a la Parusía hay que dar una connotación más amplia, puesto que no se reduce a un único acontecimiento histórico en el que Jesucristo regresa en medio de las nubes para juzgar a los hombres y dar a cada quien lo suyo e iniciar la vida eterna en el Cielo, sino que la Parusía abarca todo un largo tiempo en el que se inaugura a plenitud el cumplimiento del plan de Dios para con el género humano, primero en su etapa dentro de la historia, con el Reino de  Cristo en la tierra, que va a culminar cuando “Cristo entregue su Reino al Padre, una vez habiendo sometido a sus pies a todos sus enemigos”, (I Cor. 15,23) inaugurando entonces la etapa más allá de la historia con la prolongación del  Reino de Cristo en el Cielo y que no tendrá fin.

Entre otros grandes bienes, la Parusía de Cristo traerá principalmente el establecimiento de su Reino en la tierra plenitud.

Dice el Apocalipsis al toque de la séptima trompeta:

                  “El reinado en este mundo
                   es ya de nuestro Señor y de su Cristo,
                   que reinará por los siglos de los siglos”.

En efecto, el Apocalipsis habla del comienzo del Reino de Cristo inmediatamente después de que el Señor ha manifestado su ira contra las naciones. Dice así:

                   “Te damos gracias,
                    Señor Dios Omnipotente,
                    El que es y el que era
                    Porque has ejercido tu inmenso poder
                    y has comenzado a reinar”

Más adelante encontramos el cántico de los salvados y que están sobre el mar de cristal llevando la cítara de Dios, y cantando el cántico de Moisés y el cántico del cordero diciendo:

                     “¡Grandes y admirables son tus obras,
                     Señor, Dios Omnipotente!
                     ¡Justos y verdaderos tus caminos,
                     Rey de las naciones!  

 Múltiples y frecuentes son las citas de la Sagrada Escritura que anuncian y confirman el Reino de Cristo en la tierra. Un reino universal sobre todos y sobre todo.

En efecto de la revelación cristiana se deja claramente asentado que Jesús es por derecho Rey de todo, Rey Universal, Hijo de Dios con poderío a partir de la resurrección (Rom. 1,1); pero en toda la historia de esta era cristiana en que vivimos ha quedado demostrado que Él no ha sido, ni mucho menos, el Rey universal de hecho… es decir, Jesucristo, señor Dios nuestro, no ha tenido hasta hoy el ejercicio pleno, satisfactorio, incontrastable de poder soberano que anuncian tantas profecías.

Pero a pesar de todo, los designios son inexorables y tienen fiel cumplimiento. Por tanto, tienen que venir necesariamente los tiempos en que Jesucristo, el ungido del Padre, sea de verdad, indiscutiblemente, el Señor y Rey de todos y de todo, aquí en esta tierra, antes de que este mundo sea consumado.
Y así le respondió el propio Jesús al Procurador romano a su pregunta de si él era rey: “Tú lo has dicho, Yo soy Rey, para esto nací y para esto he venido al mundo” (Juan 18,37). Pues  precisamente es en la Parusía donde se destaca el escenario histórico donde Cristo se convertirá en el único Señor de Cielos y tierra, completándose así entonces la petición al Padre que el mismo Cristo nos enseñara: “…venga a nosotros Tu Reino

Es en el prefacio de la misa de Cristo Rey donde canta la Iglesia lo siguiente:

 “En verdad es justo, equitativo y saludable… Señor Santo, Omnipotente y Eterno, que ungiste con el óleo de la alegría a tu Hijo Jesucristo como Sacerdote Eterno y Rey de todos… y una vez sometidas  a Su imperio todas las cosas, entregase a Tu inmensa majestad un reino eterno y universal…”

Así pues, la fe de la Iglesia canta que Jesucristo es Rey de todos; no de muchos o de algunos sino de todos.  De hecho y de derecho, y este cumplimiento absoluto se dará en la Parusía. Se cumplirá así admirablemente el texto de San Pablo a los efesios: “Dios ha querido ahora darnos a conocer el misterio de su voluntad… lo que Él se propuso en un principio para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo, lo de los cielos y lo de la tierra, quede restaurado en Cristo, bajo su jerarquía soberana”(1,9-10). Así pues, este Reino de Dios en la tierra coincidirá con la Parusía de Cristo de poder y de gracia en la que será servido, adorado y glorificado como único Señor de Cielos y tierra, porque como dice San Pablo “El debe reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies” (I Cor. 15,24) 

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