No despreciéis las profecías, antes
bien examinadlas detenidamente y ateneos a lo bueno The., V, 16-21
La profecía es una palabra de origen griego que significa visión de cosas
lejanas[1].
El profeta ve muy lejos, ve lo que los demás mortales no tienen a su alcance,
ve lo que está a distancia en el orden del espacio y lo que el tiempo tiene
reservado.
El profeta es un hombre de la misma especie que los demás. Pero lo que
le constituye profeta es la voluntad de Dios que le exige para, por su
mediación, comunicar a los demás hombres ciertos acontecimientos que de forma
natural no podrían conocer y cuyo conocimiento les es necesario para alentar su
esperanza en situaciones gravísimas, para sostener su confianza en la divina
Providencia.
La profecía, propiamente dicha,
es la predicción cierta y concreta de futuros libres.
Hay que distinguir entre la profecía y la conjetura, que no pasa de ser
una manifestación vacilante de lo que se supone va a acaecer. El profeta afirma
terminantemente. Jesucristo le dice a Pedro: esta noche me negarás. El profeta
concreta hechos y circunstancias. Jesucristo dice a San Pedro: “Antes
que el gallo cante dos veces, tu me negarás tres”. Detalla el hecho
con todas sus circunstancias: aquella noche, no la siguiente; el doble canto
del gallo; y todo esto contra las protestas de San Pedro, quien jura y perjura
que no le negará. Puede negarle, puede no negarle. Esto depende de su voluntad,
es un futuro libre. Jesucristo se lo anuncia. Hace una verdadera profecía.
Las profecías pueden ser canónicas y privadas. Son canónicas todas las
contenidas en el Depósito de la Revelación, esto es las contenidas en el
Antiguo y en el Nuevo Testamento y por formar parte de la Revelación son de
creencia obligatoria.
Las profecías privadas son manifestaciones que Dios hace de vez en
cuando a los hombres escogiendo para este menester a determinados individuos,
revelándoles acontecimientos futuros, para prevenirlos si son aciagos o
alentarlos si son halagüeños y sepan, en todo caso, que nada ocurre sin que el
Señor lo sepa y lo determine.
El espíritu profético continúa en la Iglesia. El profeta Agabo de quien
se nos habla en los Hechos de los Apóstoles, es buena prueba de ello. Ese
espíritu profético continúa a través de los tiempos en los grandes santos de la
Iglesia, y en las personas muy de Dios a las que el Señor quiere regalar sus
confidencias a través de este don. El problema consiste en saber cuando estas
profecías privadas son verdaderas o son elucubraciones del supuesto vidente o
profeta. En las canónicas al ser parte de la Revelación no hay este problema
pues son de creencia obligatoria. En las privadas hay que ver si
se oponen en algo al magisterio de la Iglesia, en cuyo
caso serian falsas o contradicen a las canónicas contenidas en la Revelación.
En todo caso hay
que aceptar siempre lo que la Iglesia decida sobre
cada profecía pues tiene el criterio de
saber discernir lo que procede de Dios de lo que sólo es cosa de los hombres.
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