A lo largo de la
Historia los hombres, movidos de una curiosidad lógica, han
sondeado el futuro intentando averiguar qué acontecimientos van a tener lugar y
cuales de esos acontecimientos previstos les van a afectar. Esta predicción del
futuro pueden realizarla analistas financieros que en función de una serie de
datos intentan prever como se van a desarrollar los acontecimientos en el
futuro y en vista de sus previsiones actúan en consecuencia. De igual forma
actúan los analistas políticos y militares y en función de sus informes actúan
los políticos con una cierta base de datos que les permita tomar decisiones en
base a las previsiones recibidas de sus analistas. Con una mayor precisión que
la desarrollada por los analistas financieros, políticos o militares, han
actuado a lo largo de la
Historia los profetas en el antiguo pueblo de Israel cuando
vieron y anunciaron a su pueblo los acontecimientos futuros, unos de
realización inmediata y otros predichos con muchos siglos de antelación. El
cumplimiento de dichas profecías de forma inexorable y en algunos casos de
forma totalmente literal como la del “Siervo de Yahvé de Isaías” y tantas otras,
ha demostrado la veracidad de las profecías del Antiguo Testamento unas
realizadas plenamente como el destierro de Babilonia o la principal de todas y
a la que todas confluyen: la venida del Mesías, Nuestro Señor Jesucristo,
culmen de la Historia.
Este cumplimento es lo que nos permite asegurar con plena
certeza que aquellas profecías que se encuentran en el Libro Sagrado y que aun
no se han cumplido se realizarán sin duda alguna en el futuro.
La simbología de las Sagradas Escrituras es desarrollada por el jesuita
portugués del siglo diecisiete Antonio Vieira hasta las últimas consecuencias,
siendo fiel al espíritu barroco que lo impregnaba. En su “Historia del Futuro”
empieza por hablar de la curiosidad que siempre, a lo largo de la Historia , llevó al hombre
a sondear el futuro e invita a los lectores a leer la obra para poder saciar
tal deseo. Será así una Historia, escrita en el presente, donde se hablará no
de imperios y reinos y victorias
pasadas, sino de las que han de venir: “de imperios no ya fundados, sino que se
han de fundar, de victorias no ya vencidas, sino que se han de vencer, de
naciones no ya conquistadas y rendidas, sino que se han de rendir y
conquistar”.
Se dirige el autor, a continuación, a los portugueses, a quien esta
historia interesará especialmente, porque en ella ocuparán una posición
privilegiada, recordándoles la edad de oro de las aventuras y de las hazañas en
nuevos mares y en nuevas tierras. Si es útil saber la historia del pasado, aun
es más importante poder conocer lo que el futuro revelará y lo que el propio
Dios dio a conocer en tantas ocasiones.
Vieira recuerda la batalla de Ourique y la victoria de los portugueses
contra un enemigo mucho más numeroso. Las señales del cielo habían llenado de
coraje a D. Alfonso Enríquez: “Antes del nacimiento de Portugal se apareció el
mismo Cristo a el Rey (que aun no lo era) D. Alfonso Enríquez, y le reveló como
era servido de hacerlo rey, y a Portugal reino”; del mismo modo la Restauración
de la independencia en 1640, había sido preanunciada por la boca de un zapatero
de Trancoso. Para Vieira, Dios revela a los hombres sus designios para
invitarlos a colaborar en su realización. Por eso es que las profecías tienen
eficacia. Quien recibe la revelación consigue con su fe dar fuerza a los otros
y vencer los obstáculos que se opongan a su realización.
La Historia del Futuro sería también útil para los enemigos que,
conscientes de los designios de Dios, comprenderán como es inútil combatir.
Sería por tanto inútil que España tuviese ilusiones acerca del dominio de
Portugal y sería útil que conociese las profecías, ya que en algunos casos
ellas se basan en elementos castellanos. De hecho, Vieira cita al obispo
español D. Juan de Palafox Mendoza, de Puebla de los Ángeles, del Consejo
Supremo de Aragón, que en su Historia Sagrada Real prevé la elección de D.
Juan. Otro caso es el de D. Juan de Horosco y Covarruvias, arzobispo de
Cuellar, en la Iglesia de Segovia, el cual en su tratado De la Verdadera y
Falsa Profecía presenta un texto sobre San Isidoro y el dominio castellano
sobre Portugal.
Todas las profecías se basan en
textos bíblicos y sagrados, extraídos del Apocalipsis y del Nuevo y Antiguo
Testamento, y los tiempos prueban que todo lo que estaba escrito se realizará.
Según el padre Vieira un solo
reino tenemos de fe que fundó Dios en
este Mundo, y fue el reino de Judá, en el pueblo que en aquel tiempo el mismo
Dios llamaba suyo. Oigamos ahora lo que dice por boca de Jacob el Texto
sagrado, pronosticando los sucesos futuros de este reino: Non auferetur sceptrum de Juda, et Dux de femore ejus, donec veniat qui
mittendus est.
Nótese mucho la palabra cetro, y la palabra Caudillo. La palabra cetro
significaba a los Reyes; la palabra Dux a los caudillos; y dijo que no
faltarían los Reyes y los Caudillos de la misma descendencia de Judá.
Así fue puntualmente, porque después de la trasmigración de Babilonia, al último de los Reyes, que fue
Joaquín, sucedieron los Caudillos, de que fue el primero Zorobabel, y después
de él los demás hasta los Macabeos.
En los mismos Macabeos tiene la Casa del Gran Monarca una admirable
confirmación.
Viendo algunos de la misma nación judaica, mas no de la misma familia,
las grandes victorias de los Macabeos, émulos de la misma gloria, formaron un
pié de ejercito y salieron contra los enemigos, que en aquella ocasión eran los
jamnianistas; mas al primer encuentro, muertos dos mil que quedaron en el
campo, los demás lo desampararon, huyendo con las manos en la cabeza.
Y ¿por qué fue este suceso tan diverso de los que lograban los
Macabeos? Da la razón la Escritura con un documento muy notable (I. Mac. V, 62):
Porque no eran de la sangre y
descendencia de aquellos varones que Dios reservó para la salvación de Israel.
Pero la mano de Dios no ha sido abreviada, ni se ha limitado solamente
en sus revelaciones al Antiguo Testamento: En la Iglesia existe el don de
profecía como lo demuestra toda su historia. Don carismático, y que por serlo
-igual que el don de hacer milagros -, al revés que el don de infalibilidad y
el de autoridad, no reside en la jerarquía o en sus ministros como tales. Ya en
el Antiguo Testamento, Amós (3,7), advertía que Dios no hace nada sin revelar sus planes a sus siervos los profetas.
¡Cuánto más lo hará y lo hace a su Esposa, a su mismo Cuerpo místico, en sus
santos, en personas humildes que Él elige!. Jesús expresamente lo aseguró: “El
Espíritu Santo os anunciará las cosas que van a suceder”. (Juan 16,13).
En la Iglesia es práctica tradicional y universal, seguidas por los
santos y Papas, prestar fe a las revelaciones privadas auténticas. No
desprecies las profecías nos aconseja San Pablo (1 Tes. 5,20), y vemos es un
carisma corriente y estimado en el Nuevo Testamento (Hech. 2,17-18; 11,27 s;
19,6; 1Cor. 14,26, etc). El Vaticano II refiriéndose a estos carismas
extraordinarios, confirma que “deben ser recibidos con gratitud, pues son muy
útiles” (L.G. 12).
Efectivamente, han sido muy útiles para enfervorizar la vida espiritual
de innumerables almas, por ejemplo, las revelaciones sobre el Corazón de Jesús,
las del Escapulario, las del Rosario, las de Fátima, etc. Dios por medio de sus
elegidos, concreta o detalla su revelación pública oficial, impulsándonos a
conformar más nuestra vida con ésta.
Si una revelación es verdadera,
si realmente Dios nos revela algo, no lo iba a hacer por puro pasatiempo.
Entonces , ¿no vamos a aprovecharnos de ello, cometiendo la descortesía de
menospreciarlo?. Si nos dicen que nuestra madre del Cielo ha venido a la tierra
a comunicarnos algo ¿vamos a dejar de interesarnos por lo que nos dice por si
la aparición no es verdadera? Habrá que ir y escuchar lo que dicen que nos dice
por cariño de hijos, por un mínimo de educación para con nuestra madre y
después someter a nuestro correcto discernimiento y al veredicto de la Iglesia
lo que dice el aviso o mensaje celestial para calificarlo adecuadamente, pero
nunca tener un prejuicio a priori de rechazo de todo lo sobrenatural.
Si tenemos pruebas que una revelación es auténtica es obvio que le
prestemos fe, no divina, sino humana; es decir que la creamos como creemos
otros hechos históricos. Pero cuando están explicita o implícitamente aprobadas
por la Iglesia, como la de los Nueve Primeros Viernes del Sagrado Corazón, al
aceptarlas ejercitamos también nuestra fe en la Iglesia, igual que al obedecer otra enseñanza del Magisterio.
El problema difícil de discreción de espíritus, cuando no hay esa
aprobación de la Iglesia, es distinguir qué profecías, o qué profetas, son
verdaderos y cuales no.
Según la Teología tradicional, son señales de falsedad:
-
si dice
algo contra la doctrina católica;
-
si da
como revelado algo ciertamente falso;
-
si no
obedece a la autoridad eclesiástica;
-
si le
falta humildad, caridad..., o si busca aparecer, vivir bien, ganar dinero,
fama..;
-
si el principio
de unas apariciones es rechazable, es absurdo suponer que con ese motivo allí
van a tener otras apariciones verdaderas.
-
Pero como decíamos más arriba, habrá que estar al juicio de la Iglesia,
aunque el juicio definitivo está reservado a la Santa Sede, conforme al
Concilio V de Letrán. (Recordemos el caso espectacular de Fátima, donde todavía
bastantes años después de las apariciones el Cardenal de Lisboa prohibió, bajo
penas, a los sacerdotes hablar de ellas. Y la falta de discreción de espíritu también de su sucesor, quien sinceramente ha
reconocido que, siendo ya obispo, le parecían aquellas falsas.)[1]
Vemos en los profetas bíblicos una triple finalidad fundamental: 1)
Exhortar a la conversión con la amenaza
de castigos, como Jonás en Nínive. 2) Avivar la fe en la Providencia divina al
comprobarse que las predicciones se realizan. 3) Levantar la esperanza en los
tiempos de castigo y tribulación, confiando que por la misericordia de Dios
vendrán tiempos mejores, lo que tanto repetían los profetas cuando la
cautividad de Babilonia, aun cuando ésta fuera castigo por la prevaricación del
pueblo.
Siempre junto con el anuncio de
un castigo, las profecías hablan de una época posterior de felicidad. ¡Prueba
de la bondad de Dios!. [2]
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